*Lo que tenemos encima es un gobierno de estados de ánimo inestables, de prontos y enojos, de decisiones tomadas a botepronto, de recurrencia a esos viejos rencores que incidieron en su formación ética, moral y política
Gregorio Ortega Molina
Lo más relevante del II Informe presidencial dista mucho de estar en las cifras, los supuestos logros y las muchas mentiras convertidas en perversas verdades para continuar con el engaño al México bueno y sabio. Los que en su ignorancia aman sin mesura a su tlatoani.
Lo que verdaderamente trasciende y muestra el verdadero carácter y el tamaño de la frustración de AMLO, es la percepción que él tiene de la ausencia de Arturo Zaldívar Lelo de Larrea y Alejandro Gertz Manero: “la arrogancia de sentirse libres”.
Pascal Beltrán del Río recurre a la definición y etimología del término arrogancia. Rafael Cardona se empeña en jugar con las interpretaciones. Ninguno nos refiere a lo que nos espera con AMLO como presidente durante otros cuatro años, con consecuencias más graves y de mayor riesgo que la pandemia y la crisis económica.
Poco importan las razones de la ausencia del Fiscal General de la República y del presidente de la SCJN. Lo trascendente es lo que realmente expresa el sentir presidencial. En primer término, porque los señores Gertz Manero y Zaldívar Lelo de Larrea no son sus empleados. Él los eligió como colaboradores, pero reciben su estipendio del tributo fiscal que los mexicanos de a pie damos al Estado. Pueden, entonces, acudir o no a una invitación, por importante que ésta sea para el titular del Ejecutivo. Lo fundamental es que cumplan con su mandato constitucional; en ese compromiso de honor y vida está excluido el servilismo ante el presidente de la República en funciones.
¿Por qué, entonces, el señor AMLO muestra en público su molestia ante esos dos empleados del Estado, que tienen un acuerdo laboral con él, sí, pero ante todo un mandato constitucional que está por sobre la lealtad y la obsecuencia? Debe quedarnos claro. Es imposible para él cualquier desaire a su persona y a la investidura que encarna, por el momento.
Muestra así la dimensión de la moral que desea imponer a todos los mexicanos, acotada por un resentimiento y rencor que en nada contribuyen al gobierno ni a la transformación. El riesgo es que ambas actitudes en un hombre de poder, fácilmente deriva en odio y acciones perjudiciales para esa parte de la sociedad que él ve como enemiga, adversaria, lo que lo convertirá -si no es que ya actúa de esa manera- en un mandamás sectario y arrogante, que ve a los integrantes de su gabinete como empleados a sus órdenes, y no para servir a un proyecto, un país, una nación, una patria.
Lo que tenemos encima es un gobierno de estados de ánimo inestables, de prontos y enojos, de decisiones tomadas a botepronto, de recurrencia a esos viejos rencores que incidieron en su formación ética, moral y política; estamos ante el mayor riesgo de la historia postrevolucionaria, porque quien manda se considera por sobre la ley y está seguro de encarnar la justicia purificadora que ha de aplicarse a todas y a todos.
En todos lados se cuecen habas
Los políticos que dominan el mundo desde la segunda mitad del siglo pasado están cortados por la misma tijera; mismos vicios, escasas virtudes. Claro, hay excepciones, imposible no recordarlos, pero entre éstos ningún mexicano. Quiero compartir con ustedes el primer párrafo del texto de Juan José Millás para El País, de apenas el viernes último. Me estremeció. En un momento sentí que se refería a nuestros próceres de hoy. Lleva por título Iniquidades. Va:
“Si los años transcurridos desde el advenimiento de la democracia formaran un esqueleto, la corrupción sería su tuétano. Ninguno de los partidos que ha gobernado desde entonces se ha librado de ella, quizá ni siquiera lo ha intentado en el convencimiento de que, como decía el otro, la corrupción es el aceite del sistema. Todos, sin embargo, se han tirado a la cabeza el famoso “y tú más”, ya que ninguno niega la propia, aunque le parece escasa comparada con la ajena. Sobre ese esqueleto hemos ido sobreponiendo las diferentes capas que conforman el cuerpo social, desde los músculos hasta la piel. ¿Qué dirán los anatomistas del futuro de ese cuerpo?”
Los miedos de AMLO
Él, antes de ser presidente y vivir en Palacio Nacional -vivienda más fifí y ligada a la Colonia- realizó cuantos plantones se le dio la gana. Fue parte de su ascenso al poder, lo sabe, no quiere que le apliquen la misma receta.
¿Cuántas semanas duró el plantón de Reforma en 2006? ¿Cuántas horas el del sábado, levantado por la fuerza pública con el pretexto de la pandemia? Sólo hay que ver las fotografías para saber que mienten.
Lo que le toleraron, él no lo tolera.
www.gregorioortega.blog @OrtegaGregorio
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