*Nuestra obligación, como mexicanos y electores, es esforzarnos por conocer la razón, el motivo, la causa de sentir la necesidad de llamar “La Chingada” ese rancho que, según él, le llegó en propiedad como herencia de su padre. ¿Se ha exhibido la escritura pública? ¿El testamento? Ya no importa
Gregorio Ortega Molina
Se muestran desconcertantes el carácter, el comportamiento, ciertas actitudes del presidente de la República. Es una chabacanería analítica y pobreza de conceptos relacionarlo todo con su debilidad por la hybris.
Debemos aceptar que Andrés Manuel López Obrador está seriamente afectado. No lo ocultó ni lo oculta. Lo mostró, lo exhibió, lo presumió. Llamar “La Chingada” a su rancho dista mucho de ser una puntada, un asunto jocoso, porque servirse de esa palabra para bautizar su propiedad define un carácter, un comportamiento, y exhibe una herida. Quizá la proveniente de ese hecho que motivó a Payambé López Falconi a darle cobijo, lo que hace mucho dejó de reconocer. El presidente de la República no tiene necesidad de mostrarse agradecido.
Asumimos como normal el que imponga su voluntad por sobre la razón y la verdad. A fin de cuentas, los mandatarios mexicanos han sido caprichosos, y mansamente asumimos las consecuencias, que minaron los cimientos del proyecto de nación, hoy irreconocible. Nada de lo que se propusieron al concluir la Revolución y nos dieron a través del documento constitucional se respeta. Lo convirtieron en concursos de fracasados.
Leila Guerriero -la columnista argentina de El País– acudió en mi auxilio con su colaboración en Babelia del último 16 de diciembre, en la que rescata de Fortuna, de Hernán Díaz, la reflexión que cae como anillo al dedo a nuestro señor presidente de México: “Mi trabajo consiste en tener razón. Siempre. Si alguna vez me equivoco, debo usar todos mis medios y recursos para torcer la realidad y alinearla con mi equivocación para que deje de ser una equivocación”.
Resulta una verdad de a kilo. Nuestro amado señor de Macuspana nunca se equivoca, siempre tiene la razón, y de hacerlo realidad se encargan sus turiferarios, lo mismo en la prensa tradicional que a través de las redes sociales. Luego de la inauguración del tramo del tren maya, resultaron excelsas en el halago Layda Sansores y Tatiana Clouthier Carrillo, al comparar ese hecho con el de Neil Alden Armstrong. Así, se refuerza ese hermetismo presidencial que impide conocerlo y discernir a dónde lleva al país.
Nuestra obligación, como mexicanos y electores, es esforzarnos por conocer la razón, el motivo, la causa de sentir la necesidad de llamar “La Chingada” ese rancho que, según él, le llegó en propiedad como herencia de su padre. ¿Se ha exhibido la escritura pública? ¿El testamento? Ya no importa.
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