Rajak B. Kadjieff / Moscú, Rusia
*Serbio-Bosnia, Kosovo y las vacilaciones occidentales.
*Entrada de una diplomacia más resuelta hasta febrero de 1994.
*El día de la reconciliación entre Rusia y Alemania.
*Canto del cisne de Occidente con el amigo Borís.
*Jornada triste y ejecución de “Kalinka” batuta en mano.
Moscú utilizó a la ex Yugoslavia como banco de pruebas de su determinación y necesidad de resucitar a Rusia y su prestigio de gran potencia, algo que tenía mucho que decir sobre intervenciones militares en áreas consideradas geográfica e históricamente suyas.
Aunque las tardías actuaciones sobre la guerra en Serbio-Bosnia y Kosovo tuvieron más que ver con las vacilaciones de Occidente que con el temor o respeto hacia la actitud proserbia de Rusia, el país de Yeltsin sí consiguió desvinculase del continuismo.
Por ejemplo, este caracterizó a la Unión Soviética durante la crisis del golfo Pérsico de 1990-1991, y ofrecerse al mundo como una potencia con la que había que contar y que tenía sus propios enfoques geopolíticos, muchas veces divergentes de los de Estados Unidos y sus aliados europeos por mucho que les pesara.
Así, en febrero de 1994 entró en juego una diplomacia rusa más resuelta que arrancó de los serbo-bosnios un compromiso de retirada de las armas pesadas del cerco de Sarajevo, tan incierto como suficiente para que la OTAN, en el fondo aliviada de que los rusos asumieran el papel de palomas en el conflicto, desistiera de un ataque aéreo en represalia por la última masacre de civiles en la ciudad.
Los enviados rusos consiguieron acuerdos puntuales de alto el fuego y de levantamiento de cercos militares en Bosnia y Croacia, y como los países occidentales todavía preferían pensar que una solución exclusivamente negociada a la guerra en el primer país era posible, accedieron gustosos a que Moscú se encargara de hacer entrar en razón a las autoridades de la autoproclamada Republika Srpska.
Se procedió a un reparto de papeles que dio lugar en abril de 1994 al denominado Grupo de Contacto de países implicados en los procesos de paz de Bosnia.
Cuando en agosto de aquel año el presidente serbio Slobodan Milosevic escenificó la ruptura con sus protegidos de Bosnia por su negativa a sumarse al último plan de paz, Yeltsin se encontró más libre para estrechar las relaciones entre dos naciones eslavas que se consideraban muy ligadas.
El verano de 1994 marcó el canto de cisne de la amable contemporización de los dirigentes occidentales con “el amigo Borís”. El presidente ruso, en el cénit de su exuberancia mediática, fue invitado a la cumbre del G-7 en Nápoles el 8 de julio.
Tras su encuentro bilateral con Clinton del día 10 declaró con entusiasmo que, puesto que había sido integrada en las discusiones políticas, Rusia era virtualmente el octavo socio del restringido club de potencias y su condominio sobre el “poder institucional planetario”, y añadió que aquellas podían estar seguras de que “el oso ruso no iba a entrar rompiendo las ventanas”.
Entre el 24 y el 28 de septiembre recaló en Londres, Nueva York —para asistir a la Asamblea General de la ONU— y Washington, y la idea más reiterada fue el rechazo a los planes de ampliación de la OTAN, a su juicio un obstáculo muy serio en la búsqueda de nuevas estructuras de seguridad abiertas a todos los estados.
En su nueva cumbre con William Clinton, desarrollada los días 27 y 28, Yeltsin hizo votos por acelerar los compromisos adquiridos en el tratado START-II, cuya ratificación por la Duma estaba pendiente.
El 31 de agosto de aquel año Yeltsin presidió en Berlín con el canciller Helmut Kohl la salida de las últimas tropas rusas del territorio de la antigua República Democrática Alemana -el mismo día lo hicieron las unidades acantonadas en Letonia y Estonia- y ambos se juramentaron para que nunca más hubiera una guerra entre los dos países.
Para Yeltsin, ese fue “el día de la reconciliación definitiva” entre Rusia y Alemania, y estimó que los soldados rusos partían “en la creencia de que nunca más vendría una amenaza desde suelo alemán”.
Durante la que para los nostálgicos del pasado soviético fue una jornada triste para Rusia, Yeltsin proporcionó un festivo espectáculo a la concurrencia, improvisando la dirección de una orquesta militar batuta en mano y cantando la célebre “Kalinka”, la más tradicional de las piezas musicales de la Rusia eterna.
Unas semanas después, el 30 de septiembre, de vuelta de su viaje a Estados Unidos, hizo escala en Dublín, Irlanda, con la intención de mantener un desayuno de trabajo con el primer ministro John Reynolds -quien había acortado un viaje por Australia a tal fin-; pero éste esperó inútilmente a que el ruso bajara del avión en la misma pista del aeropuerto internacional de Shannon.
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