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sábado, mayo 18, 2024

Taras Úpeme en la religión purhépecha

Luis Alberto García / Nahuatzen, Michoacán

* Es mencionado en una obra de fray Bernardino de Sahagún.
* José Corona Núñez es el autor de La mitología tarasca.
* Lo editó el Instituto Michoacano de Cultura en 1999.
* Quedó en manos del doctor Gabriel García Romero.
* Con el sacerdote Salvador Paleo, párroco de San Luis Rey.

Hay un dios de los purhépechas a la que José Corona Núñez atribuye el hecho de que se les llamara “tarascos”, conocido como Taras Úpeme puesto que, citando a fray Bernardino de Sahagún, “el dios que tenían se llamaba así, del cual, tomando su nombre de los michoacanos, este es Taras, que en lengua mexica se dice Mixcóatl…”
Mientras que al citar a Pedro Ponce de León -contemporáneo de fray Bernardino de Sahagún, “Huitzilopochtli, igual a Taras, es el dios de los Mechuaca.”, y pesar de que hay otros estudios el entendimiento de la cultura p’urhépecha-, lo que ha permitido que se mantenga el malentendido de esta denominación, sin que exista un acuerdo al respecto.
Otra hipótesis señala que la razón por la cual se les llama “tarascos” a los purhépechas se explica de la siguiente manera: “Cuando los españoles llegaron en el siglo XVI a la zona lacustre de Mechuacan (“lugar entre lagos”), los pobladores locales, lejos de combatir en contra de sus invasores los vieron como sus aliados”.
Eso obedece a que, al haber derrocado al imperio mexica, ciertos jefes pacíficamente regalaron a los españoles a sus hermanas, como obsequio para que viajaran con ellos y los acompañaran en sus nuevas expediciones hacia el sur del país y hasta La Hibueras, la actual Honduras.
Por lo cual, cuando los españoles se despedían de los habitantes de los pueblos purhépechas, desde sus monturas exclamaban: “tatzikia tarhashkuecha”, que significaba “adiós cuñados”, de modo que los españoles les decían los tarhashkuas y no purhépechas, porque al no entender su idioma, solamente escuchaban que mencionaban estas dos palabras.
Originalmente la antigua cultura michoacana tenía su propia religión, nativa del imperio purhépecha, que se mantuvo hasta el contacto con los españoles, y posteriormente a esta relación comenzó la evangelización por parte de los franciscanos en las regiones limítrofes del imperio.
Primero fue en la región lacustre de Cuitzeo, Pátzcuaro y Zirahuén y luego en la zona serrana, en Angahuan, Paricutiro, Cherán, Paracho, Nahuatzen, Sevina, Quinceo y otros pueblos, hasta lo que hoy es Uruapan, ya anexados esos lugares a la Corona española cuando todavía vivía Tanganxoán II Tzintzicha, el último de los grandes cazoncis.
Luego de su asesinato perpetrado por Nuño de Guzmán en 1530, se produjo una rebelión purhépecha, por lo cual se envió para apaciguar la situación a misioneros, entre ellos al abogado y humanista Vasco de Quiroga, después del establecimiento de la Segunda Audiencia y de la deportación del despiadado Guzmán a España, al comprobarse el genocidio de los nativos.
A las puertas del templo del siglo XVI en la que aparece el nombre en latín de San Luis IX (Ludovicus), el sacerdote Salvador Paleo dice que se llegó a la adopción del catolicismo debido a que los purhépechas lo acogieron como su nueva religión, y que “actualmente la mayor parte de ellos son católicos, con un antecedente llamativo”.
El padre Paleo -con antepasados nahuatzeños nacidos entre 1885 y 1900, como su tía abuela Juana Paleo, hija de don Joaquín Paleo y de doña Manuela Saucedo, narra que, antes de la conquista, la confederación de clanes regionales tenía otra configuración religiosa y poliétnica, así que el pueblo purhépecha —como hoy está constituido— nació en el siglo XVI, cuando se cristianizaron esos grupos.
De un modo didáctico como el que ocasionalmente utiliza frente a sus feligreses en misa, Paleo cuenta que se ha considerado que la religión purhépecha prehispánica era politeísta, aunque en el libro La mitología tarasca, el historiador José Corona Núñez sugiere que creían en un principio creador.
El sacerdote Paleo, de edad madura y con cerca de dos décadas de oficiar en Nahuatzen y en ocasiones en Sevina, dice que ese principio creador se conformaba por una parte masculina, Curicaveri o Curicataheri, y otra femenina, Cuerahuáperi.
El religioso también anota que el primero existía como el “Soplo Divino”, y que también esa tríada se puede ver como la madre, el padre y la creación del “nuevo ser”; mientras que el principio masculino se representaba por medio del Sol, el femenino por la Luna y el producto de su ayuntamiento era Venus, estrella azul del firmamento serrano.

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